Gabriel García Márquez es un referente
para mi generación.
La publicación y el gran éxito editorial de Cien años de
soledad coincidió con mi adolescencia, una etapa de mi vida de lectura febril,
en la que escribir y leer eran las
actividades a las que dedicaba todo el tiempo posible y toda la atención
cerebral.
El impacto de Cien años... fue absoluto,
de los que te descolocan semanas, a los que vuelven de forma recurrente una otra
vez. Después, de inmediato, la volví a leer con mayor sosiego sin la premura y la urgencia de la primera
vez. Desde entonces Cien años de soledad forma parte de mi universo literario y, aún
más, de mi experiencia vital.
Pero la novela de García Márquez fue mucho
más que una lectura apasionada, fue una experiencia iniciática, el inicio de una
relación apasionada con la literatura sudamericana y a partir de ella con la
del resto del mundo.
Después de Cien años vinieron El coronel…,
El Otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos
del cólera… cada nueva novela una reafirmación.
García Márquez también fue para mí la puerta
de entrada a la gran pléyade de
escritores sudamericanos: a los ya consagrados como Borges, César Vallejo,
Asturias… pero también a los Cortázar, Mujica Laínez, Juan Rulfo, Donoso, Octavio
Paz, Vargas Llosa, Bryce Echenique, Onetti, Benedetti, Carlos Fuentes… y más tarde al gran Roberto
Bolaño.
Ya sé que suena a tópico, que es poco
original: el hombre ha muerto pero el escritor estará siempre vivo i ocupará un
lugar de honor en la literatura universal.