Antes del viaje, los amigos y conocidos tenían una preocupación común, la seguridad, así que no sorprende que esta sea la obsesión de los responsables turísticos colombianos. Cuando llevas allá dos días ya sabes que es una preocupación injustificada y hasta te entran ganas de corregirles el eslogan. ( no percibes más inseguridad en las calles de Bogotá que en las de Barcelona o Madrid) .
También te das cuenta de inmediato el enorme potencial turístico del país.
Si te acercas a un país con espíritu abierto y además coincides en el viaje con gente entusiasta, simpática, extrovertida y con ganas de divertirse, lo normal es que la mezcla de entusiasmo y emociones te dibujen una realidad casi mágica, pero es que Colombia facilita este tipo de percepciones.
En Bogotá, el museo Botero y especialmente la colección de arte contemporáneo es una agradable sorpresa, el museo del Oro es único e impresionante, la Catedral de Sal te deja sin calificativos y esa cosa indefinible que es Andrés Carne de Res supera cualquier descripción que pudiera hacer el mejor de los escritores colombianos.
El valle de Cocora en el triangulo del café, y las peculiares palmeras entre la niebla, es una imagen que mantendré para siempre en la retina.
Cartagena de Indias, es cosa aparte, el barrio colonial es un privilegio, la suma de viaje en guagua, castillo de San Felipe iluminado, espectáculo de baile, orquesta i “roncitos” es imposible de superar, la excursión a Punta Faro el punto de Caribe y los hoteles boutiques, la guinda de un viaje inolvidable.
Y además, vuelves con la mochila cargada de nuevos amigos.
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