Ando distraído. De pronto me inunda un suave y persistente olor a vainilla, busco en el entorno: el olor viene de una treintañera de aspecto gótico, pequeña y fibrosa.
Me sorprendo, su físico liga mal con la vainilla. Mi mirada, interrogante, se cruza un instante con la suya, limpia, sin malicia, pero con un punto de perversión.
Sé que muchas veces sobrevaloro los gestos, pero no tengo duda de que ella es consciente del efecto que genera su juego de estética y aroma.
En otra época estas pequeñas y confusas provocaciones podían hacerme caminar varias manzanas del ensanche.
Sin los chaneles, dior, armani, laroche... el mundo de los olores sería más divertido.
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