No sé que es la Rioja políticamente, en ese cruce de caminos complejo y fronterizo con la fiscalidad foral, si sé que es una forma de vida.
He estado un par de días, invitado por turismo de Logroño, compartiendo intereses, visitas, conversación, formas de divertirse, comidas formales, tapas y montaditos, chocolate y vino, un extenso y acelerado curso de vino.
La Rioja es un sitio magnífico para pasar unos días, una ciudad, Logroño, por descubrir, con la calles Laurel y san Juan como estandartes del comer y el beber, la pastelería Viena un hallazgo de los chocolates de alta gama y la noche de los sábados con conciertos, vino y tapas, en las bodegas locales.
En el resto de la comunidad 400 bodegas, pueblos fantásticos y paisajes con la viña de protagonista.
Sorprendente e inesperado el museo que la bodega Vivanco ha hecho en Briones, miles de piezas fruto de largos años de dedicación, desde el antiguo Egipto hasta la actualidad, ordenados de forma pedagógica y brillante. Una visita inexcusable.
La Rioja es también uno de esos sitios a los que, cuando marchas, ya tienes ganas de volver.
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